viernes, 26 de abril de 2013

Poema III


Otro año más, vuelvo a traer otro de mis poemas, este año ganador del 1er y único premio del Concurso Literario. Sin más aquí se los dejo, gracias de antemano.

Frías letras reavivadas
Ya descansan las letras de mis poemas,
duermen bajo una gruesa capa de nieve.
La amarga nevada de invierno,
tan blanca como cruel,
congela la tinta con la que te escribía.
Esa tinta que tantos versos te dedicó
ya no se desliza por mi desaliñada pluma,
demacrada por culpa del frío viento.
Ahora veo en el suelo yacer,
en contraste con el puro hielo,
escarcha negra rota en pedazos.

En la noche y poco a poco,
siento el frío pasar a mis manos,
entrar por mis apretadas venas
y recorrerlas lentamente,
dejando tras de sí un inmenso dolor
hasta llegar a lo más profundo de mi corazón.
Al momento, él bombea frío y,
en prórroga, pasa a una permanente diastole.
El frío comienza a recorrer todo mi cuerpo,
se siente entumecido, a la par de angustiado,
y nunca se había sentido de esta manera.
Es tal mi sorpresa que no sé como actuar.
Simplemente me dejo caer al suelo,
congelado; me esparzo sobre la nieve.
Y sin poder echar lágrima alguna, me pregunto;
¿Qué otra cosa merezco?

Comienzo a aceptar que nada se arreglará,
pero el alba, tan hermoso y a la vez tan corto,
interrumpe mis amargos pensamientos.
Al fin veo aparecer los primeros rayos de sol,
chocan con los cristales que ha formado el hielo
y entre hermosas danzas de vergonzosa luminiscencia
comienza a derretir el hielo invernal.
Las álgidas estalactitas se transforman,
convirtiéndose, poco a poco, en refrescante agua.
Agua que cae a la tierra donde antaño reinó el verde
acaba llegando a las olvidadas raíces y las nutre.
De nuevo, una vez más, las raíces llenas de vitalidad
abren y avivan la tierra y nuevamente vuelve a tener vigor.

Muy pronto todo está verde y el sol brilla.
Una agradable y fresca brisa consigue,
con delicadeza, acariciar las hojas de los arboles
y arrastra el frío temporal
dejando relucir, por fin, las dulces praderas primaverales.
Dicha brisa no tarda en entrar por mis pulmones,
los despeja de toda inquietud, recorre todo mi cuerpo
y este por fin vuelve a responder,
incluso escucho a los pájaros
entre las hojas de los arboles jugar.

Ya acurrucado en la sombra de alguno de ellos.
Ahora sosegado, comienzo a pensar en el frío invierno.
Mas no puedo, es tan agradable la vuelta al paraíso
que aunque lo intentara con todas mis fuerzas
solo conseguiría, una vez más,
volcar todos mis sentimientos en sosiego.
Y es que, todo está tan tranquilo, tan en calma,
tanto como lo estuvo una vez,
¡por fin vuelven a cantar los pájaros!

El sonido de sus cantares danza
por entre la serena brisa silbante
y los ociosos movimientos de las hojas
que en la copa de los árboles bailan
al dulce compás de esta renovada oda.
¿Y qué más dulce sonido hay
que aquel que te hizo feliz una vez
y vuelve a ti a embriagarte de su anhelado perdón?

Todo ha vuelto a ser como era.
Y estas raíces renacen para,
cual ave fénix, alzarse sobre sus débiles restos
y, esta vez, aferrarse con decisión
a la tierra que tanto adoran.
Tierra de la que salen los brotes
para impregnarse de la dulce lluvia,
la cual los nutre con insistencia.
Y los dichosos, no tardan en crecer
y transformarse en maravillosas flores
que llenan el ambiente de un exquisito aroma a fresco.
Curioso yo, opino que esta vez,
estas serenas brisas, que sin duda volverán,
estos ociosos pájaros, que dulcemente vuelan,
estas reavivadas raíces, que no dudan,
estos valientes brotes, que no flaquean,
no se dejaran abochornar por los ardientes rayos del sol
y no se agobiaran por las altas temperaturas
pues es de saber que buscaran el refugio
aunque sea bajo algún árbol casi fatigado
por culpa de la caída de su verde.

Y después de todo eso sé
que pasaran un nuevo invierno a mi resguardo.
¿Y yo? Al de ellos.
Y es que ahora sé
lo importantes que son,
pues no podemos vivir
el uno sin el otro.